Las glándulas de Bartholino están situadas a los lados del orificio vaginal (una a cada lado), miden alrededor de medio cm y segregan un líquido mucoide de pH ácido, que por un conducto excretor de unos 2 cm llega a la vagina y favorece la lubricación.
Cuando el conducto de salida se obstruye, el moco producido por la glándula se acumula dentro de ella y se forma un quiste. Esto ocurre en un 2% de mujeres. Muchas veces no da ningún síntoma y no requiere tratamiento.
La bartholinitis aparece cuando el contenido de la glándula se infecta, de manera que se convierte en pus y la piel se inflama. La mujer consulta porque nota un bulto rojo y caliente junto a la vagina que le provoca intenso dolor y dificultad para sentarse o caminar. Es más frecuente en mujeres jóvenes y no es una enfermedad de transmisión sexual.
El tratamiento consiste en administrar antibióticos y antiinflamatorios y, en algunos casos, puede ser necesario drenar el contenido purulento y marsupializar la cápsula (es decir, suturar los bordes para que no se vuelva a cerrar y así no se acumula de nuevo el líquido) o vaporizarla con láser (esto último hace que la cicatriz resultante sea menor y la recuperación más rápida, por no olvidar el efecto bactericida del propio láser).
Se desconoce la causa de este problema, si bien hay autores que aconsejan para su prevención evitar ropa interior muy apretada y usarla de algodón y, además, seguir unas pautas adecuadas de cuidado de los genitales externos.
La extirpación de la glándula de Bartholino no se recomienda de entrada, solo en caso de malestar continuo, infecciones de repetición o si la glándula no cumple su función. Las consecuencias de esta cirugía son la propia cicatriz generada y algún caso de dolor a la penetración por falta de lubricación. Hay que tener en cuenta que quedan, como productoras de flujo, la glándula de Bartholino del otro lado, las glándulas parauretrales de Skene y las glándulas del cuello del útero.