Empeñarse en mantener la pasión durante años es como pretender que un avión en pleno vuelo regrese a la posición de arranque: no se puede. Y es que la pasión –esa necesidad arrolladora de estar con el otro– tiene sus momentos, y estos son, sobre todo, en los comienzos. Y hablo en plural, “comienzos”, porque en la vida de a dos (como en todo) hay ciclos, y con cada ciclo se inaugura una nueva etapa con su nuevo chute de apasionado entusiasmo.
Nos tranquiliza y nos emociona ese arrebato del inicio cuando todo está por descubrir. Esa intensidad de las emociones parece confirmar que todo va bien entre nosotros, que hemos encontrado a la persona adecuada, que por fin nos hemos topado con el Amor con mayúsculas… Por eso, nos preocupamos cuando las cosas dejan de ser así. “Ya no me quieres como antes”, nos lamentamos ante el otro. Y creemos que ha llegado el momento de plantearnos una ruptura.
No, no ha llegado el momento de iniciar una nueva relación porque nos parece que la que hay “se ha enfriado”. Irse a la cama menos que al principio no significa que ya no haya deseo; solo expresa que la pareja ha emprendido la búsqueda de otros estímulos que les unen. Y eso siempre trae buenas noticias: una de ellas es que la relación se está afianzando. Que, como en los videojuegos, se ha pasado al siguiente nivel.
Porque la pareja es un organismo vivo: está en constante evolución y crecimiento. A veces añoramos esa seguridad que nos proporcionaba la pasión del principio: queremos esa certeza que nos dan los imperativos físicos. Sin embargo, alejarse un poco del dormitorio y desear hacer juntos otras y diversas cosas es la prueba de que la relación lleva buen rumbo. En ocasiones, preferir ir al cine en lugar de quedarse en la cama, o quedar con unos amigos en vez de buscar la intimidad, significa que se está ampliando el radio de acción como pareja. Es decir, que “no solo nos gustamos para irnos a la cama”.
No confundamos amor y pasión. Menos pasión no equivale a menos amor. Quizás sería más fácil de entender si en lugar de hablar del deseo, en singular, de nuevo aplicáramos el plural: los deseos. De esa manera, la cuestión no se reduce a “me deseas, no me deseas”, “tienes ganas, no tienes ganas” sino que se convierte en un juego de apetencias variadas que crea una red de complicidad entre ambos: “No me apetece hacer el amor en estos momentos, pero me encantaría que me contaras cómo te ha ido el día”. O, “hoy no estoy para besos, pero vamos a prepararnos un aperitivo”. “¿A la cama ahora? ¿Y si mejor planificamos nuestra escapada romántica del puente?”. Con este planteamiento, cuando la pasión baja un poco su intensidad no ponemos en duda las ganas de estar juntos sino que comprobamos que surgen nuevas búsquedas en la relación, otras maneras de disfrutar. Es emprender rutas distintas que enriquecen la relación y la convierten en un viaje… apasionante.