El ser humano está considerado un ser social. Interaccionamos continuamente con el resto de personas que nos rodean utilizando una herramienta aparentemente simple: nuestra capacidad comunicativa.
Pero el “asunto” no debe ser tan sencillo ya que a pesar tener sobre nuestras espaldas años y años de práctica, aún no nos hemos convertido en expertos en la materia.
¿Cuántos de vosotras habéis discutido con vuestra pareja por malentendidos o malas interpretaciones?, ¿Y cuántos escucháis día tras día la tortuosa cantinela de vuestros hijos “no te cuento nada porque nunca me entiendes”?
Estas preguntas podrían trasladarse a interacciones con vuestros amigos, jefes, compañeros de trabajo, y multitud de personas más, y siempre obtendríamos el mismo resultado.
Sí, la comunicación es un proceso complejo, y el entendimiento a veces nos resulta ser una quimera…pero no nos asustemos, ¡todo puede comenzar a mejorar si desarrollamos nuestra capacidad de escucha activa!
La escucha activa es la capacidad de escuchar al otro en todas sus dimensiones, siendo consciente del mensaje, intención y emociones que transmite y entendiéndolo bajo su prima y no el nuestro.
En primer lugar, este nuevo tipo de escucha recoge no sólo el mensaje verbal de la persona a la que escuchamos, sino que también nos permite percibir aquellas señales no verbales que acompañan sus palabras e incluso, la importancia de aquellos temas que la persona omite porque, aparentemente, no tiene ganas de explicarnos.
Recordemos que en la mayoría de ocasiones un gesto de preocupación, unos ojos iluminados, o un silencio en el momento justo nos transmiten mucha más información sobre las emociones, inquietudes o miedos de la otra persona, que el más largo de los discursos.
En segundo término, la escucha activa va más allá de la pura observación de lo que dice, lo que calla y lo que expresa corporalmente nuestro interlocutor. Este tipo de escucha implica un paso aún más dificultoso, darle sentido a lo que dice la otra persona sin pasarle “nuestro filtro” o ponernos “nuestras gafas”.
Y es que para entender a la otra persona y facilitar una comunicación eficaz, debemos ponernos en su piel siendo conscientes de los valores, normas y perspectivas que utiliza esa persona para entender y organizar su mundo. Sólo así, comprenderemos sus pensamientos, comportamientos y las emociones que determinadas situaciones les provocan.
Toda esta teoría está muy bien, pero como para poder mejorar necesitamos lanzarnos a la práctica, os animo a que en las próximas conversaciones esteis atentos a los gestos, miradas y silencios con los que la otra persona acompaña sus mensajes. Me encantaría que os intereséis por qué visión tiene la otra persona sobre la vida, cuáles pueden ser los valores que dirigen sus decisiones, que cosas son importantes para él o ella…En definitiva, os propongo que comencéis a dejar vuestros egos, miedos, verdades y valores a un lado para cederle el protagonismo a quién realmente lo merece en ese momento: la persona que os está transmitiendo tanto con tan poco.