María tiene 40 años, dos hijos de entre 6 y 8 años, trabaja muchas horas gestionando un equipo importante de una cadena de moda, descansa poco, come cuando puede y siente que sus hijos necesitan más tiempo de calidad de lo que el sistema le cede. Aún no se ha replanteado que es ella quien le cede tiempo al sistema, aunque tarde o temprano lo hará. La que come mal es ella, pues a sus hijos (y ya de paso a su pareja) les prepara unos tuppers real fooding (o comida real) maravillosos, rascándole tiempo al sueño y, a menudo, olvidándose del suyo. Concilia como puede, se autoexige para hacerlo lo mejor posible, vive en una vorágine de tareas entre domésticas y ejecutivas sin quejarse, al fin y al cabo “no soy la única”, se dice y “así es la vida”. Cuando no le toca el turno de fin de semana, aprovecha para ser ella quien lleva a los peques al fútbol y a natación respectivamente. Son buenos y felices. Ella, en realidad, también.
Duerme poco, menos de 6 horas, y se despierta entre las 3 y las 4 de la madrugada cada noche. A veces son palpitaciones que ella atribuye al estrés las que le hacen pasar la noche en vela y otras, una especie de calor repentino, un sudor que lo empapa todo. Como su marido es caluroso, de los que desprende calor por los poros de su piel, el pacto del edredón les está resultando entre cómico y desesperante.
María añora ese tiempo de deseo animal y de fresco medio incómodo que la llevaba buscar la piel acogedoramente calurosa de su compañero, desatándolo o apaciguándolo todo. Químicamente. Mágicamente.
Hace poco rascó una hora y media a su apretada agenda para ir a su ginecóloga. Quería contarle que ha tenido algunos sangrados irregulares, alguno menos abundante de lo habitual y que lleva sintiéndose rara desde hace unos meses, describiendo su rareza entre cansancio, falta de concentración, desánimo, noches en vela, sudoraciones nocturnas, disminución del deseo y cambio en sus volúmenes corporales, como si todo le engordara y no llegar a saciarse nunca.
Lo que su ginecóloga le contó fue que había iniciado ya una etapa de cambio hormonal, conocida como Climaterio, el cual engloba la transición a la menopausia (o premenopausia), la menopausia y la postmenopausia.
María se quedó helada. Aunque su ginecóloga insistió que eso le ocurre a prácticamente todas las mujeres, que la transición a la menopausia es un trayecto de cambio hormonal que se inicia en las mujeres a partir de los 40 años aunque todavía puedan tener la regla hasta llegar a la edad media de menopausia, alrededor de los 50 años. Cabe decir que esa, llamémosle tregua de 10 años, tranquilizó a María sobremanera, en plan: “vale, no estoy tan mal, todavía tengo tiempo de ser joven, de estar buena. Ya llegará”.
Ay… cuánto se equivocaba María con ese pensamiento… Pues, aunque quisiera ponerle una fecha a ese momento que “ya llegará”, lo cierto es que ya estaba llegando, aunque los 10 años que indica el manual basado en medias estadísticas de la población, a ella le parecieran un montón de tiempo.
De todo lo que su ginecóloga le contó, se quedó con tres cosas:
- Que todavía podía quedarse embarazada.
- Que es el momento de cuidarse más que nunca.
- Que existen tratamientos naturales para acompañar a esta transición.
1- Que en la transición a la menopausia o premenopausia todavía podía quedarse embarazada.
El hecho de pensar que quizás se encontraba en sus últimos años fértiles despertó en María las ganas de estar embarazada de nuevo, de sentir el olor a bebé, del placer compartido al engendrarlo… Se transportó durante semanas a la que quizás fuera la etapa más bonita de su vida, hasta que recordó que también fue la más intensa y compleja. Era un bonito dilema entre volver a los momentos dulces del pasado o pensar por fin en sus deseos y darlo todo por un ascenso laboral al cual llevaba un tiempo postulando. Una decisión que debía valorar. Si decidía desarrollarse como mujer más allá de la reproducción y la crianza, debía pedir una nueva cita con su ginecóloga para pactar qué métodos anticonceptivos serían los más indicados. Y si se decantaba por aumentar la familia, debía conocer las implicaciones y preparación para el embarazo y el parto como mujer de más de 40 años. En cualquier caso, su ginecóloga se había convertido desde ese momento en una figura clave en la toma de sus decisiones vitales. Además de su compañero, claro está.
2- Que es el momento de cuidarse más que nunca.
María tenía miedos. Premenopausia le resonaba a arrugas, gordura, vejez y dolores. Supo entender el mensaje que giraba entorno a la propensión a sufrir determinadas enfermedades estrogenodependientes relacionadas con el cambio metabólico del climaterio: diabetes, alteraciones tiroideas, enfermedades cardiovasculares y osteoporosis. Todas ellas podrían ocurrirle o no en un medio o largo plazo. Y aunque los miedos le invadieron, comprendió que, ni iba a ser menos deseable, ni menos mujer, sino todo lo contrario. Había llegado el momento de cuidarse más que nunca, para llegar preparada, empoderada a la menopausia, construyendo las bases de su salud para la etapa más larga de su vida.
3- Que existen tratamientos naturales para acompañar a esta transición.
María y su ginecóloga estuvieron de acuerdo en que no era necesario encontrarse mal, que volver a tener un sueño reparador, dejar de tener sofocos, recuperar la energía, el buen humor y el deseo sexual eran cruciales.
Optaron por 2 tratamientos combinados para acompañar en la premenopausia y menopausia:
- La cimicífuga (Cimicifuga racemosa), conocida en inglés como “black cosh”. Una planta originaria del Este de los Estados Unidos y Canadá. Las tribus indias utilizaron las raíces /rizomas de esta planta con uso medicinal y los colonos la siguieron utilizando, asegurando la transmisión entre generaciones de esta planta adptógena. La cimicífuga se presenta como una excelente alternativa a los fitoestrógenos y a la terapia hormonal de la menopausia (THM) para su empleo el tratamiento de los síntomas vasomotores e irritabilidad asociados a la menopausia. Diversos estudios señalan los efectos beneficiosos de esta especie vegetal en la mejora de síntomas como sofocos intensos, sudoraciones nocturnas y en especial síntomas relacionados con el estado de ánimo.
¡Perfecta para María! - La melatonina, que es considerada un regulador endógeno del sueño mucho mejor que los somníferos, porque ayuda al cuerpo a conseguir un sueño profundo y reparador. Es una neurohormona endógena producida principalmente, pero no de forma exclusiva, por la glándula pineal. Actúa mediante los receptores MT1, MT2 y MT3 del núcleo supraquiasmático del hipotálamo anterior, que es el auténtico reloj biológico. Se puede obtener de fuentes naturales, si bien la mayoría es de origen sintético. Su secreción natural se reduce con la edad. Esta hormona controla el ritmo circadiano y la adaptación del ciclo luz-oscuridad. Los ritmos circadianos son una serie de cambios tanto físicos como psíquicos que siguen un ciclo de veinticuatro horas. De este modo, cuando termina el día y la luz desaparece, tu cuerpo comienza a sentir cierta somnolencia. Cada persona tiene su propio ritmo circadiano que se encarga de regular su ciclo vigilia/sueño. Cada veinticuatro horas nuestro reloj biológico envía a la glándula pineal una señal para que ésta empiece a producir melatonina. Hay un pico de producción por la noche que alcanza su máximo nivel entre las dos y las cuatro de la madrugada.
Justamente las horas en las que María se despierta por la noche…
Si bien es cierto que María siempre había sido poco constante con los tratamientos en general, incluyendo los pasos más básicos del cuidado facial, supo respetar pacientemente el tiempo que su cuerpo necesitaba para sanar mediante la acción de la melatonina y la cimicífuga, notándose cada día un poquito más estable, sin sofocos, descansada y activa. Y, como así descubrió que al fin estaba haciendo algo para ella misma, decidió salir a correr un par de tardes al dejar a los niños en extraescolares, también se apuntó a un curso online de batch cooking para aprender a cocinar en 3 horas la comida de toda la semana, ganándole tiempo al tiempo, y como no, se compró un nuevo kit de limpieza facial con la idea de seguirlo estrictamente cada noche.
“¡Que no me pille el toro con las arrugas!”, decía…
Aunque ese hábito nunca fue con ella, porque en el fondo siempre le había hecho gracia el hecho de levantarse con el rimmel corrido, como si hubiera salido de fiesta la noche anterior.
¡Y no veas las ganas que tiene María de salir!