Hay tantos tipos de menopausia como tipos de maternidad. Quiero decir con esto que, aunque en ambas etapas hay puntos en común innegables, cada mujer los vive de distinta manera. Es una cuestión de circunstancias, de entorno, y también, de actitud.
Estuve el otro día conversando con Teresa, que es una mujer que hizo las cosas cuando biológicamente le tocaba. Tuvo 2 hijas a los 26 años, sacrificó su carrera, su ocio y su crecimiento individual para crear una preciosa familia. Me contaba que ni lo pensó, que estaba en ese tren de manera natural y llena de ilusión y que todo valía la pena. Es de esas mujeres a las que llamo “mamá gallina”, capaces de crear nido allá donde van, arropan, acogen, organizan, dan, dan, dan y así rebosan amor y felicidad. Teresa tiene ahora 53 años y sus niñas, ay “sus” niñas, se acaban de independizar y no precisamente cerca de su casa. Hace ya unos años que tiene sofocos y una especie de tristeza, como una nube gris que lo invade todo, que le hace llorar y no le deja pensar con claridad. Dice que se siente abandonada, sola, cansada, sin motivación. Teresa dice que ahora más que nunca le abruma el silencio y siente como si el tejido de algodón que conformaba su hogar se hubiera quedado tan seco como ella. Como buena “mamá gallina” se lo queda todo adentro, en esa inercia de tanto dar en el nido de algodón, donde caía siempre blandito y últimamente, más bien le escuece. Me recuerda a una entrevista que leí sobre Pamela Anderson, la sex symbol ex Playamte y flamante vigilante de la playa, en la que se abría en canal y confesaba que lo peor de cumplir 50 años no había sido el cambio de década sino más bien todo lo que englobaba a esta edad. No recuerdo bien si Pamela mencionaba la palabra menopausia o no. Tampoco era necesario, quedaba claro. Decía Pamela algo muy parecido a lo de Teresa, que viene a ser lo que se conoce como el “Síndrome del nido vacío”, un sentimiento de pérdida muy profundo que se manifiesta con depresión y ansiedad. Al fin y al cabo, la ansiedad procede en muchos casos del miedo a lo desconocido y pienso que el hecho de, en cierto modo, perder el control sobre lo que hacen o dejan de hacer tus hijos, puede ser desestabilizador y solitario a la vez. Así que yo, que no he tenido hijos, empatizo enormemente tanto con Teresa como con Pamela Anderson.
El cuerpo humano tiene una capacidad innata de regeneración. Ocurre a nivel celular, tisular y cerebral y, es admirable como el pulso vital regenera las almas y el estado de ánimo de las personas. No tengo ni idea de lo que hizo Pamela para salir del bache, pero sí sé que Teresa se ha ocupado, creando un nuevo nido en la oficina, entrenando a becarios jóvenes con todo por delante, encontrando nuevas aficiones y recuperando el estatus de novios junto al padre de sus hijas.
Después de hablar con Teresa, he pensando mucho en otro tipo de maternidad, aquella que casi (o del todo) se fusiona con la menopausia… Un precioso lío en el que algunas mujeres se encuentran después de vivir intensamente en cualquiera de los ámbitos en los cuales hayan decidido enfocar sus energías durante sus años más fértiles y que a menudo distorsiona el ideal de maternidad que han aprendido en los cuentos.
Algo así me contaba una vez Sofía, madre primeriza a los 44 años, con varios tratamientos de fertilidad a sus espaldas y una carrera profesional consolidada que le permite tener algo de ayuda en las tareas de la casa. Sofía dice que le compensa, a pesar de estar cansada, emocionalmente extraña, con sueño, más calor de lo normal y migrañas. Dice que su bebé es precioso, que la experiencia de la maternidad es algo inigualable, pero que, si hubiera sabido que sería tan exigente, tan insomne, tan de ropa con manchas y sin planchar, tan de “estoy agotada y mejor hacemos el amor otro día” o tan de “no sé cuánto tiempo hace que no me voy de cena con amigas”, quizás hubiera sacrificado alguno de sus ascensos para ser mamá antes de los 35. También me contaba Sofía que, desde hace algún tiempo ya no menstrúa y que sospecha que ya no lo volverá a hacer nunca más. La pobre está agotada y desorientada, porque ahora ya no sabe si su falta de sueño, sus cambios de estado de ánimo, sus migrañas y su “no sé qué” son del postparto, de la crianza o de la menopausia. Y aunque confiesa que se le hace todo cuesta arriba y que hace lo que puede con el trabajo, con la maternidad, con la menopausia y en la vida en general, se esfuerza a diario para que su nido sea cada vez más agradable, más seguro y más acogedor.
Tener un nido es la cuestión. Donde sea, pero que sea esponjoso, por si caes, que caigas blandito.