Nuestro cuerpo está diseñado para sentir placer durante toda la vida, de manera que podemos disfrutar intensamente de las sensaciones físicas y emocionales en cualquier momento de nuestra biografía. Y sí, eso incluye también los placeres eróticos. Y sí, también está contemplada la menopausia. Entonces, ¿por qué muchas mujeres, al llegar el climaterio, nos quejamos de que ya no nos excitamos como antes? Las hormonas no tienen todas las respuestas, puesto que, aunque es cierto que con la edad nuestro cuerpo cambia, también lo es que, sobre todo, cambian nuestros gustos. Como pasa con la manera de vestir y de divertirnos, el tipo de compañías que nos agrada o lo que nos apetece leer o escuchar: con los años lo vamos cambiando o puliendo. Por tanto, no hace falta que intentemos buscar el placer donde ya no lo encontramos… por mucho que antes nos resultara excitante. Y no, no estamos hablando de cambiar de pareja sino de comprender que la sexualidad es un rasgo dinámico en el ser humano: evoluciona a lo largo de toda nuestra vida.
Conviene distinguir entre deseo y excitación, dos vías que nos conducen a placeres distintos y que no son lo mismo aunque a veces actúen juntos. La diferencia está en que no podemos intervenir sobre nuestros deseos (no podemos decidir desear o no desear) sino que solo es posible rendirnos a ellos o no rendirnos. Sin embargo, la excitación sí depende de nosotros porque ella es el resultado de los estímulos que escogemos: si queremos excitarnos, basta con que busquemos esos estímulos (caricias, palabras, besos, entorno, fantasías, juegos…) que tanto elevan nuestra temperatura interior.
Para tener orgasmos basta con excitarse mucho: los orgasmos son la expresión del máximo grado de excitación, por tanto no miden nuestra capacidad de desear ni de amar; tampoco, nuestra capacidad erótica. Ni siquiera reflejan si estamos liberadas o si somos muy sexys. Los orgasmos solo dicen que hemos convocado los estímulos que necesitamos para excitarnos en un momento determinado. Por cierto, los orgasmos no son necesariamente el máximo placer: son, simplemente, uno de los muchos placeres que compartimos en la intimidad. Y no son obligatorios, por supuesto, sino una opción más de las muchas que ofrecen los encuentros eróticos.
El caso es que nos preocupa el hecho de que con la edad nos excitamos menos con nuestra pareja; nos parece que eso significa que ya no nos gusta y que ha llegado el fin de la relación… por lo menos en el dormitorio. Pero no es así: solo ha llegado el momento de que nos planteemos que estamos ante una nueva etapa erótica en la que nos esperan grandes dosis de intimidad si nos atrevemos a afrontarla con espíritu aventurero. Eso significa poner en juego nuevas actitudes que quizás antes no cultivábamos. ¿Nos costaba pedir para excitarnos? Ahora es el momento de hacerlo. ¿No sabíamos qué dar? Ha llegado la hora de que el otro nos guíe. ¿Ya no nos sentimos bellas? Entendamos que hay muchas maneras de resultar estimulantes que no se asocian con la juventud y sí con la singularidad. ¿Culpable por disfrutar? No hay duda de que nos merecemos todo el placer que somos capaces de recibir.
Explorar en pareja los estímulos que nos excitan y nos llevan hasta el placer nos conduce por nuevos caminos que culminan en algo deseable: más complicidad, que es la savia de la vida en pareja. Y, ¿quién sabe?, tal vez como premio por nuestra valentía recibamos como regalo algo inesperado: el ingreso en una nueva etapa de sorprendente pasión.