La menopausia es, igual que la adolescencia, una fascinante época de cambios físicos y vitales. Por eso podemos entender el climaterio como un avance cualitativo en nuestra vida de mujeres. La capacidad para concebir hijos ha concluido, sí, pero eso no significa el fin de nuestra vida erótica; más bien al contrario ya que, liberadas de la posibilidad de quedarnos embarazadas, podemos entregarnos con más serenidad al placer de los encuentros. Entonces, ¿por qué algunas mujeres ven que se reducen sus deseos de hacer el amor?
En realidad, no es que se reduzcan sus deseos: es que ya no quieren seguir haciendo el amor de una manera que no les satisfaga. Quizás durante décadas no le han pedido demasiado al sexo: se han limitado a satisfacer a sus parejas sin ocuparse mucho de su propio placer. Pero con la menopausia llega una maravillosa fase de rebeldía, de una rebeldía sabia y necesaria. Durante la perimenopausia (los años que preceden al climaterio) dejamos de producir las hormonas de la crianza, esas que nos impulsaban a ocuparnos de los demás y ponerlos en primer lugar. Dejar de recibir esas instrucciones internas de sacrificarnos por los otros es, en realidad, una liberación que no todas aprovechamos. Los demás (hijos, pareja, padres…) continúan apoyándose en nosotras como siempre, pero nuestro cuerpo nos grita “¡Ahora te toca a ti!”. No seguir las nuevas instrucciones del cambio hormonal es lo que a menudo nos lleva a las famosas fluctuaciones de humor, al insomnio, la ansiedad y la depresión.
Así, a medida que avanzamos en edad, muchas mujeres ya no nos sentimos capaces de cumplir las expectativas de los demás, ni siquiera en la intimidad del dormitorio. Y por eso ya no hacemos el amor… como siempre. En realidad, buscamos una nueva sensualidad que aleje de los genitales el foco del placer y que lo extienda por todo el cuerpo. Y que incluya sentimientos más auténticos. Deseamos algo mucho más emocionante que un coito precedido de algunas caricias y que culmina en un orgasmo. Anhelamos plenitud, intimidad, ternura, verdadera comunicación. Posiblemente siempre lo hemos deseado, pero ahora ya nos sentimos capaces de decir “no”.
En ocasiones no encontramos alternativas a la sexualidad de siempre, no sabemos qué nos apetece tras tantos años de seguir un patrón preestablecido que gira, casi siempre, en torno a deseo del hombre y no al nuestro. Sin embargo, si nos paramos a escuchar nuestra voz interior descubrimos que nuestro cuerpo ha entrado en una etapa de florecimiento sensual: en las circunstancias propicias y con el compañero idóneo, somos capaces de entregarnos –por fin– al infinito placer de ser nosotras mismas en compañía del otro.
¿Y cuáles son esas circunstancias propicias? No empiezan en la cama sino en el día a día. Por eso, aprendamos a expresar y a atender nuestras necesidades y aprendamos a decir que no a quienes abusan de nuestra disponibilidad. Además, cuidemos de nosotras mismas y regalémonos esos pequeños placeres que nos gustan (un café tranquilo, flores en el despacho, un paseo, una película que nos divierte…). Y, sobre todo, tengamos agradables conversaciones con nuestra pareja y pasémoslo bien juntos. Disfrutar en su compañía es la mejor manera de alimentar el deseo de seguir siendo un buen equipo de dos y de experimentar juntos todas las emociones que la vida nos tiene preparadas. Incluido el placer erótico.